Podría definirme como una persona  a la que le cuesta enfrentarse a los cambios, pero que no cesa en la búsqueda y provocación de los mismos. Podría resultar paradójico pero, qué no resulta como tal en ésta vida. Pues bajo esa premisa se me apareció la oportunidad de formar parte activa en un proyecto ambicioso e ilusionante como «Toma las riendas, y hacia él me lancé armado del valor que me otorga jugar con las emociones cual reto de un niño, al tiempo que acunaba entre mis manos el uso de la razón, que me indicaba la dirección en la que se encontraba una nueva oportunidad para aprender, una oportunidad para crecer.

Y así marché hacia Madrid un 1 de diciembre como pudiera haber sido cualquier otro, aunque ahora dejaba atrás temporalmente el acomodo que tenía con la agradable y reconfortante labor que desempeño como educador en la Fundación Proyecto Don Bosco en Córdoba, así como el calor y comprensión concedido por mi familia.

Se trataba de enfrentarse a la distancia, tarea que suele hacer dudar. Sin embargo, la duda se fue diluyendo a medida que tomaba consciencia del porque de la partida. No me fui para alejarme, sino que fue acercarme. Para acortar distancias conmigo mismo y tomar impulso para alcanzar aquello en lo que sueño, en lo que creo, por lo que vivo, por lo que siento.

Me fui para acercarme a los que comparten conmigo la vida. Me fui para encontrarnos.

Y así fue, me encontré con gente tan dispar como semejante a mi, personas a las que siempre guardaré en mi corazón al contemplar en su desnudez que no se cansan de luchar por mantener vivo un sueño. Ese sueño que culminará cuando logremos generar el impulso suficiente para crear ese lugar de encuentro en el que todos tengamos cabida. Porque vivir es compartir, y compartir sentirse vivo.

Compartiendo comenzamos el trabajo para formar un equipo, siendo conscientes de que aún nos falta la mitad del mismo para dar sentido al caminar de este proyecto. Sí, aún nos faltas tu, y tu, y tu, y tu, …

Y necesitamos compartir con vosotros vuestro camino, nuestro camino, para así hacer realidad éste sueño.

Ahora que regresé a Córdoba con la mirada puesta no sólo en Madrid, sino también en otras ciudades en las que comienza a respirar un año más este proyecto, me viene una reflexión tímidamente versada sobre que considero importante en ésta vida: Soñar despierto, y al que no se me pudo ocurrir otro título que «un camino por andar»

«Un camino por andar»

La vida es un don que se nos da, y con ella viene asociada la difícil y hermosa tarea de elegir.

Para empezar, podemos aceptar quiénes somos, así como aquello cuanto nos rodea, y si estamos dispuestos a aceptar dicho reto, tan sólo hemos de empezar a caminar.

¿Hacia dónde?

Hay mil caminos por andar, y otros tantos por construir.

Difícil tarea, pero no hay nada más hermoso como empezar.

Empezar para ver,

para observar,

para interiorizar,

para compartir,

para descubrir.

Empezar para ser.

Para ser…

Para ser…

Empezar para ser quien descubra los secretos que dibuja el horizonte.

Para ser quien quiebre las fronteras de la distancia.

Para ser quien determine lo que otros delegan al destino.

Para ser quien tome las riendas y no rehuya al silencio.

Para ser quien descubra el nombre de la soledad.

Empezar para ser quien trace en la huella el sentido.

Pues, ¿qué sentido tiene temer emprender un camino?

¿Qué sentido tiene temer la caída?

¿Qué sentido tiene temer al tiempo?

¿Qué sentido tiene temer a la distancia?

¿Qué sentido tiene temer?

¿Qué sentido tiene esperar?

Hemos de empezar a descifrar al temor como aquella emoción que, más allá de paralizarnos por el miedo a perder, puede ayudarnos a despertar. ¿O acaso no se pierde perspectiva al bajar la mirada?

¡Despierta! Abre los ojos,

y levanta tu mirada porque

hemos de empezar a creer, en ti, en mi, en nosotros.

Por qué no emprender el camino movidos por la ilusión.

Hemos de aceptar la caída como la reafirmación del movimiento, como base de conocimiento, prueba de vida y convicción del control que germina en el poder del pensamiento.

Por qué no empezar a razonar para contemplar al tiempo como compañero, ese aliado que a base de constancia nos hará fuertes.

Hemos de aceptar a la distancia como compañera, ¿por qué temer si ésta no es más que la excusa en la que duerme el acomodo? Tu acomodo, mi acomodo, nuestro acomodo. Nosotros somos distancia y encuentro, porque la distancia tan sólo es un espacio arbitrario determinado por dos puntos de los cuales quien juzga reside bajo nuestros pies.

Yo decidí caminar. Y tú ¿te atreves a empezar?

Los sueños se pueden hacer realidad. Para ello, tan sólo toma las riendas, aún nos queda un camino por andar.

¿Te atreves a empezar?

Te espero al despertar.

Porque despertar supone calmar la sed causada por el peso de los pasos perdidos.

En esta vida no estamos solos, aún nos queda un camino por andar.

Atentamente,

David Ramírez Murillo

Educador de Fundación Proyecto Don Bosco (Córdoba)